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domingo, 18 de agosto de 2013

Kacike Caonabo Primer Libertador de America...tomado del libro 'The Stranger King', by William Keegan


Caonabo: El primer libertador de América 



Tomado del libro: "The King  Stranger ', de William Keegan

... Los Tainos y  Caonabó fueron imbuido con un estatus mítico rayando en la divinidad, el español impuso sus propias creencias en sus interacciones con Caonabó y grabó la historia, y los arqueólogos que han estudiado este período de tiempo se han utilizado sus creencias para interpretar los acontecimientos y presentar éstos como la historia. La historia y la leyenda de Caonabo de quien comienza con el hundimiento del Santa María.

Poco más allá de la medianoche el día de Navidad de 1492, la Santa María había desgarrado su vientre en un arrecife de coral. Despertado por el ruido de una explosión que se oyó (unos cinco kilómetros), Columbus evaluó rápidamente la situación y ordenó el mástil principal cortada para aligerar el buque. También envió a Juan de la Cosa, el capitán del buque, tomar un barco echa el ancla de popa con el fin de mantener el vaso de ser impulsada aún más en el arrecife. En cambio, de la Cosa huyó a la Niña. El capitán de la Niña se negó a dejar de la Cosa a bordo y envió una lancha para ayudar al almirante. Era demasiado poco y demasiado tarde, la Santa María se metió rápido.

El naufragio de la Santa María se produjo en la provincia de Taino Marien, que fue gobernado por un cacique llamado Guacanagarí. Al enterarse del accidente, Guacanagaríx lloró abiertamente y envió a las relaciones que lloran a la consola de Colon  durante toda la noche. Con miedo de arriesgar la Niña en el rescate de la Santa María, Colón alistó la ayuda de Guacanagarí. Su pueblo se recuperaron todo, incluyendo planchas y clavos, y se ensamblan los materiales en la playa. Tan profunda fueron los taínos que ni un solo "agujeta" (encaje de gama o de la aguja) estaba fuera de lugar. Así Guacanagaríx llegó a ser el primer cacique taíno para establecer un fuerte vínculo con el español. Además, su larga amistad con el Colon  se puede interpretar como un intento fallido de su parte para mejorar su situación en la jerarquía política de la isla.

Colón se llevó de que el hundimiento del Santa María fue  como una señal de Dios de que debía construir un fuerte en esta ubicación. Guacanagaríx dio Columbus dos casas grandes para su uso. Con la ayuda de su pueblo, los españoles supuestamente iniciaron la construcción de una fortaleza, torre, foso y en el pueblo del cacique con las maderas y otros materiales rescatados de la Santa María. Debido a que la Niña no podía albergar a todos los marinos, de unos 39 hombres se quedaron en La Navidad con las instrucciones para el intercambio y el comercio de oro.

Cuando Colón regresó a La Navidad en 1493 se enteró de que todos los cristianos estaban muertos y que el fuerte había sido reducida a cenizas. Colón dijo que poco después de su regreso a España, los españoles cayeron a pelearse entre ellos. Algunos habían ido al país en busca de fortuna, pero el rey Caonabó habían asesinado a los que habían permanecido allí. La historia registra que los españoles fueron asesinados porque se abusa de la gente local, violaron, saquearon, saqueado y abusado de la hospitalidad de sus anfitriones. Sin embargo, si tales violaciónes locales llevaron a la muerte, entonces el líder local debería haber ordenado el asesinato. Guacanagaríx afirmó que era inocente, que era un amigo de Colón, y que él mismo había sido herido en la batalla defendiendo a los españoles.

Colon  aparentemente lo cree, y él no culpó Guacanagaríx para la destrucción de La Navidad. En cambio, Caonabó, el cacique principal de esta región y el gobernante a quien le debía lealtad Guacanagaríx, fue culpado. Como prueba, hijo de Colón, Fernando escribió que cuando Caonabó fue capturado más tarde admitió haber matado a 20 de los hombres de La Navidad. ¿Quieres otro líder ha actuado de manera diferente? el abuso que los españoles pudieron  haber cometido, Caonabó no podía permitir que un cacique segundo nivel como Guacanagarí para albergar una guarnición bien armada de los europeos en su pueblo. Si lo hubiera hecho, su propia supervivencia habría sido amenazado.

La reacción de Caonabó a los extranjeros en su territorio no se hizo esperar y rápido. El hecho de que Caonabó tomó una acción militar contra los españoles en La Navidad da fe de su condición. La aldea de Guacanagaríx era más de 80 km a vuelo de pájaro (más de 90 km a pie) de la aldea de Caonabó. A pesar de esta distancia, Caonabó ejerció su poder y se muestra su estado regional. Las Casas y Oviedo y Valdés tanto lo identificó como uno de los cinco caciques principales de la isla. A su regreso a La Española en 1494, Colón fue distraído por la necesidad de establecer una cabeza de playa en la isla, y por lo tanto Caonabó fue ignorado por un tiempo. Sin embargo, con el establecimiento de fuerte Santo Tomás, Caonabó y sus hermanos fueron nuevamente identificado como la principal amenaza para la empresa española.

Al leer los relatos de los cronistas, es difícil ver por qué Caonabó se considera una amenaza. De hecho, Carl Sauer... ---Caonabó concluyó que no era una amenaza. Además, según se informa muy poco oro en su cacicazgo, y no hay ninguna indicación de que él hizo ningún movimiento ofensivo contra los españoles después de librarse de la peste en La Navidad. Tal vez su poder y la fama vinieron de una reputación basada en hechos pasados. Es posible que los Tainos que estaban siendo maltratados por los españoles se refirieron a su hermano mayor y de gran alcance (Caonabó) que con el tiempo vendrá a su rescate. O tal vez la amenaza derivada de la ira personal de Colón por la destrucción de La Navidad. Los motivos son difíciles de resolver.

Preocupados por la amenaza que representa para Caonabó el fuerte  Santo Tomás, Alonzo Hojeda y nueve jinetes fueron a visitar Caonabó como emisarios de Colón. Cuando Caonabó oyó que venían estaba especialmente contento porque le habían dicho que traían un regalo de turey, y él estaba fascinado por las historias de la campana de la iglesia de La Isabela, que los nativos habían descrito como "turey que habla." Cuando Ojeda llegó, le dijo a Caonabó que traía un regalo de turey de Vizcaya, que venía del cielo, tenía un gran poder secreto, y que los reyes de Castilla vestía como una gran joya en sus areitos= la palabra taína para los cantos ceremoniales y bailes. Hojeda sugirió entonces que Caonabó ir al río a bañarse y relajarse, como era su costumbre, y que él podría presentar su regalo. Al no tener razones para temer a algunos españoles en su propio pueblo, Caonabó decidió un día para reclamar el regalo y se fue al río con unos retenedores. Mientras estaba en el río, a unos 2 km del pueblo, Hojeda lo engañaron para irse juntos. Cuando estuvieron solos, Ojeda presentó Caonabó unas  las esposas de color plateado reluciente y esposas que había traído. Dio instrucciones a Caonabó en la forma en que fuera usada,y asi quedo atrapado,de ahi  lo colocó en su caballo, y con Caonabó como su cautivo, Alonzo de Ojeda y sus hombres, con las espadas desenvainadas, se apresuró a regresar a La Isabela. Se creó la trampa, y salio todo con éxito.

Se ha informado de que Colón decidió enviar Caonabó a Castilla, junto con tantos esclavos como los barcos se mantenga, aunque algunos discuten si Caonabó fue enviado nunca a España. El informe oficial es que los barcos se hundieron y que Caonabó se perdió en el mar. Se informó además de que los hermanos de Caonabo estaban decididos a buscar venganza por una guerra cruel contra los españoles de tal manera que ellos expulsarlos de sus tierras. Sin embargo, no hay registros de ningún éxitos militares importantes por los taínos de La Española, por lo que parece que los hermanos no pudieron lograr su objetivo descrito. Dentro de una década, la población indígena fue diezmada por la guerra, la crueldad, la esclavitud y las enfermedades.

Fernando Colón describió Caonabó como "un hombre bien entrado en años, con experiencia y de los más ingenio penetrante y mucho conocimiento." Era fuerte, autoritario y valiente. Era el cacique supremo (matunheri) para la Maguana cacicazgo. Su principal asentamiento se encuentra en el lado oeste de la Cordillera Central, y la ciudad quiskeyana de San Juan de Maguana se estableció allí después de haber sido depuesto.

Esta ciudad, que todavía existe hoy en día, es la sede del mayor movimiento de tierras Taino en todas las Antillas. Se llama hoy Corales de los Indios, y mide más de 125 mil metros cuadrados. Pero lo más importante, Caonabó fue descrito como lllego a la isla  Kiskeya -Haiti proveniente de las Islas de Lucaya (Bahama archipiélago). ¿Entonces Cómo fue que el jefe Caonabo  más poderoso vino de las islas de Lucaya relativamente insignificantes? Si usted está interesado en la respuesta, entonces usted tendrá que leer el libro. The stranger king

Dr. Bill Keegan es Curador de Arqueología del Caribe en el Museo de Historia Natural de Florida
Historia Natural de la Universidad de Florida, Gainesville, Florida. Dr. Betsy Carlson es un arqueólogo en el sureste de Investigación Arqueológica, Inc., Gainesville


English Version



Caonabo: El primer libertador America



Taken from, 'The Stranger King', by William Keegan

...the Taino imbued Caonabó with a mythical status bordering on divinity; the Spanish imposed their own beliefs on their interactions with Caonabó and recorded the story; and the archaeologists who have studied this time period have used their beliefs to interpret the events and to present these as history. The story and legend of Caonabó begin with the sinking of the Santa María.

Shortly past midnight on Christmas Day, 1492, the Santa María had her belly ripped open on a coral reef. Awakened by the sound of an explosion that could be heard “a full league off” (about three miles), Columbus quickly assessed the situation and ordered the main mast cut away to lighten the vessel. He also sent Juan de la Cosa, the ship’s master, to take a boat and cast an anchor astern in order to keep the vessel from being driven further onto the reef. Instead, de la Cosa fled to the Niña. The captain of the Niña refused to let de la Cosa onboard and sent a longboat to aid the admiral. It was too little too late; the Santa María was stuck fast.

The wreck of the Santa María occurred in the Taino province of Marien, which was ruled by a cacique named Guacanagarí. Upon learning of the wreck, Guacanagarí wept openly and he sent weeping relations to console Columbus throughout the night. Afraid to risk the Niña in salvaging the Santa María, Columbus enlisted Guacanagarí’s assistance. His people recovered everything, including planks and nails, and assembled the materials on the beach. So thorough were the Tainos that not a single “agujeta” (lace-end or needle) was misplaced. Thus Guacanagarí came to be the first Taino cacique to establish a strong bond with the Spanish. Furthermore, his life-long friendship with Columbus can be interpreted as an unsuccessful effort on his part to enhance his status in the island’s political hierarchy.

Columbus took the sinking of the Santa María as a sign from God that he should build a fort in this location. Guacanagarí gave Columbus two large houses to use. With the assistance of his people, the Spaniards reportedly began the construction of a fort, tower, and moat in the cacique’s village using the timbers and other materials salvaged from the Santa María. Because the Niña could not accommodate all of the sailors, about 39 men were left at La Navidad with instructions to exchange and trade for gold.

When Columbus returned to La Navidad in 1493 he learned that all of the Christians were dead and that the fort had been burned to the ground. Columbus was told that soon after he returned to Spain the Spaniards fell to fighting among themselves. Some had gone off into the country to seek their fortune, but King Caonabó had murdered those who had remained there. History records that the Spaniards were killed because they abused the local people; they raped, looted, pillaged, and abused the hospitality of their hosts. Yet, if such local violations led to their deaths, then the local leader should have ordered the killing. Guacanagarí claimed that he was innocent, that he was a friend of Columbus, and that he had himself been wounded in battle defending the Spaniards.

Columbus apparently believed him, and he did not blame Guacanagarí for the destruction of La Navidad. Instead, Caonabó, the primary cacique for this region and the ruler to whom Guacanagarí owed fealty, was blamed. As proof, Columbus’s son Ferdinand wrote that when Caonabó was later captured he admitted to killing 20 of the men at La Navidad. Would another leader have acted differently? Whatever abuses the Spanish may have committed, Caonabó could not allow a second-level cacique like Guacanagarí to harbor a well-armed garrison of Europeans in his village. Had he done so, his own survival would have been threatened.

The reaction of Caonabó to foreigners in his territory was immediate and swift. The fact that Caonabó took military action against the Spaniards at La Navidad attests to his status. Guacanagarí’s village was more than 80 km as the crow flies (more than 90 km by foot) from Caonabó’s village. Despite this distance, Caonabó exerted his power and displayed his regional status. Las Casas and Oviedo y Valdés both identified him as one of the five principal caciques on the island. On his return to Hispaniola in 1494, Columbus was distracted by the need to establish a beachhead on the island, and thus Caonabó was ignored for a while. However, with the establishment of Fort Santo Tomás, Caonabó and his brothers were again identified as the main threat to the Spanish enterprise.

In reading the accounts of the chroniclers it is hard to see why Caonabó was considered to be such a threat. Indeed, Carl Sauer concluded that Caonabó was not a menace. Furthermore, there reportedly was little gold in his cacicazgo, and there is no indication that he made any offensive moves against the Spanish after ridding himself of the pestilence at La Navidad. Perhaps his power and fame came from a reputation based on past deeds. It is possible that the Tainos who were being abused by the Spanish referred to their big and powerful brother (Caonabó) who would eventually come to their rescue. Or perhaps the perceived threat derived from Columbus’s personal anger over the destruction of La Navidad. The motives are difficult to sort out.

Concerned with the threat that Caonabó posed to Fort Santo Tomás, Hojeda and nine horsemen went to visit Caonabó as emissaries of Columbus. When Caonabó heard they were coming he was especially pleased because he was told they were bringing a gift of turey, and he was fascinated by stories of the bell in the church at La Isabela which the natives had described as “turey that speaks.” When Hojeda arrived he told Caonabó that he was bringing a gift of turey from Biscay, that it came from heaven, had a great secret power, and that the Kings of Castile wore it as a great jewel during their arietos, the Taino word for ceremonial songs and dances. Hojeda then suggested that Caonabó go to the river to bathe and relax, as was their custom, and that he would then present his gift. Having no reason to fear a few Spaniards in his own village, Caonabó one day decided to claim the gift and went off to the river with a few retainers. While he was at the river, about 2 km from the village, Hojeda tricked him into going off together. When they were alone, Hojeda presented Caonabó with the highly polished silver-colored handcuffs and manacles he had brought. He instructed Caonabó in how they were worn, placed him on his horse, and with Caonabó as his captive, Hojeda and his men, with swords drawn, made haste to return to La Isabela. The trap was set, and successfully sprung.

It is reported that Columbus decided to send Caonabó to Castile along with as many slaves as the ships would hold, although some dispute whether Caonabó was ever sent to Spain. The official report is that the ships sank and that Caonabó was lost at sea. It was further reported that Caonabó’s brothers were determined to seek retribution by waging a cruel war against the Spaniards such that they would drive them from their lands. Yet there are no records of any substantial military successes by the Tainos of Hispaniola, so it appears that the brothers failed to achieve their reported objective. Within a decade the native population was decimated by warfare, cruelty, enslavement, and disease.

Ferdinand Columbus described Caonabó as “a man well up in years, experienced and of the most piercing wit and much knowledge.” He was strong, authoritative, and brave. He was the paramount cacique (matunheri) for the Maguana cacicazgo. His main settlement was located on the west side of the Cordillera Central, and the Spanish town of San Juan de Maguana was established there after he was deposed.

This town, which still exists today, is the site of the largest Taino earthwork in all of the West Indies. It is today called Corales de los Indios, and measures more than 125,000 square meters. But most important, Caonabó was described as coming to Hispaniola from the Lucayan Islands (Bahama archipelago). How was it that the most powerful chief came from the relatively insignificant Lucayan islands? If you are interested in the answer, then you will have to read the book.

Dr. Bill Keegan is Curator of Caribbean Archaeology at the Florida Museum of Natural History
Natural History, University of Florida, Gainesville, Florida. Dr. Betsy Carlson is an Archaeologist at Southeastern Archaeological Research, Inc., Gainesville, Florida.


Otra version de esta misma historia esta vez narrada por Juan Bosch, entre otros expertos historiadores defensores de la raza indigena




“El Primer Libertador Americano”

Presentamos el artículo “El Primer Libertador Americano” lo más fiel posible a como comienza en la página 14 de la revista Carteles, edición que circuló el 6 de Febrero de 1944.

Este artículo lo consideramos un ensayo de carácter histórico que trata con los caciques taínos Caonabó, Guacanagarix y Maniocatex durante los primeros días de la conquista europea en el Nuevo Mundo. También señala la traición de Alonso de Ojeda y Cristóbal Colón al honor que tanto presumían tener.



“El Primer Libertador Americano”
“por Juan Bosch”

“El día mismo que pisaba tierra americana al volver en su segundo viaje, iba a encontrarse Cristóbal Colón, por vez primera, con la sombra de un jefe que estaba llamado a llenarle de graves preocupaciones durante largo tiempo. El primer mensaje de Caonabó -"Señor de la Casa de Oro"- fue terrible: se trataba de los cadáveres de dos soldados españoles; los siguientes serían más fieros y tendrían todos el sello de altivez única que distinguió al cacique indígena, el primero que luchó en América por la libertad, el primero, también, que venció a los europeos en este hemisferio y el primero que produjo -hasta donde lo sepa la historia- una huelga de hambre en el Nuevo Mundo.


“Señor de la montaña, majestuoso, altivo como el más poderoso de los reyes del mundo, parco en palabras y heroico en todos los momentos de su vida, Caonabó, que no era un salvaje cruel ni mucho menos, combatió en defensa de indios que no pertenecían a su cacicato y mostró agudeza y señorío bastante para poner en peligro el poder español en sus recién conquistadas tierras, aun inutilizado por la prisión. Mientras él vivió, Colón no se atrevió a imponer tributos a los pueblos indígenas. Aun teniéndolo encerrado en una estrecha celda, el Almirante jamás consiguió de él la menor muestra de sumisión o de debilidad y ni siquiera de respeto. Su sola presencia imponía admiración.


“Propiamente, la primera escaramuza habida entre indios y españoles ocurrió sin la intervención de Caonabó; esa escaramuza tuvo lugar en lo que Colón llamó, debido a las muchas que se le lanzaron, Golfo de las Flechas, actualmente la hermosa bahía de Samaná en el oriente de la República Dominicana. Pero del cambio de flechas y arcabuzazos que hicieron ese día indios y españoles apenas salió un hombre de Colón con un ligero rasguño y un indio con una herida de espada en la región glútea. Combate propiamente, con bajas de muerte por ambas partes -de la española, todos-, no lo hubo sino en 1493, hace ahora 450 años, por cierto nadie sabe en qué día de qué mes, aunque debió ocurrir entre septiembre y octubre. Ese combate estuvo dirigido por Caonabó, del lado indígena, y Diego de Arana, del español.


“Diego de Arana, escribano real, se había enrolado en el viaje del Descubrimiento -o lo habían enrolado, pues tenía cierta autoridad en virtud de su cargo de escribano del Rey- y fue escogido por Colón para capitanear el primer destacamento de puesto en el Nuevo Mundo, formado por 39 hombres a quienes el Almirante dejó en la Española cuando retornó a Europa para dar cuenta de los resultados de su primer viaje. Costeando la gran isla antillana a la que llamó la Española por su parecido con la metrópoli, Colón perdió la nao Santa María, una de las tres que componían la pequeña y audaz flota descubridora; la perdida se debió a un choque con arrecifes y ocurrió el día de Navidad de 1492. Con la madera de esa nao construyó Colón el fuerte que llamó de la Navidad, el cual situó cerca de donde hoy está la ciudad de Cabo Haitiano (Cap-Haitien), y a su cuidado dejó a Diego de Arana. Colón emprendió su viaje de retorno a España pocos días después, el 4 de enero de 1493 y, apoyado en la alianza tácita que había formado con el cacique Guacanagarix, pidió a éste que atendiera debidamente a los españoles mientras él volvía, cosa que pensaba hacer en cuatro o cinco meses.


“Pero el Almirante iba a tardar casi un año en verse de nuevo en la Española, y a su regreso, que sucedió en noviembre de 1493, iba a ser sorprendido por noticias bien extrañas. Habiendo llegado a la desembocadura del río Yaque, doce leguas más al este del fuerte de la Navidad, los españoles dieron con un espectáculo bastante macabro: restos de dos cadáveres, uno con una soga al cuello y otro amarrado a un tronco.


“Eso desconcertó a Colón y le hizo caer en sospechas, pues durante su anterior viaje tuvo ocasión de observar la índole generosa y nada bélica de los naturales del lugar, quienes, desde el cacique Guacanagarix hasta el último, festejaron su presencia con visibles muestras de alegría y obsequiaron al extranjero con cuanto llamó su atención, especialmente oro.


“Sorprendido por el mensaje que le llevaban esos restos de cadáveres, Colón hizo registrar el lugar. Al día siguiente sus hombres dieron con otros dos, esta vez de personas que en vida llevaron barbas. A partir de ese momento, a nadie cupo duda de que los muertos eran españoles, pues hasta donde habían visto un año antes, no había indios barbados. El extraño silencio de los indígenas sobre tales cadáveres comprobaba la suposición. Puesto en sospechas, Colón hizo interrogar a unos cuantos y oyó por primera vez ese nombre que tanto iba a preocuparlo por algún tiempo: Caonabó. Confundido por la prosodia taína, el Al-mirante escribió tal nombre así: Cahonaboa. Otros historiadores le llamarían Caonabó, pero Las Casas específica: "La última fuerte", queriendo significar que sobre la última sílaba debía caer un acento. Caonabó, pues, parece haber sido propiamente su nombre. En fin de cuentas, Caonabó, Cahonaboa y Caonabó eran una misma, cosa, designaban a un mismo ejemplar de la desdichada raza llamada a sucumbir ante los conquistadores; por cierto, a un ejemplar impresionante, de hermosa y heroica altivez, moralmente un rey nato, ante quienes los hombres comunes, y hasta el propio Colón, parecían vasallos.


“Caonabó, posiblemente extranjero o hijo de algún extranjero, era cacique de la región del Cibao cuando los españoles llegaron por primera vez a la isla. El Cibao -"Tierra de piedras y montañas"- quedaba distante de la costa norte, donde Colón estableció su base de operaciones y donde había dejado el fuerte de la Navidad. La zona donde este fuerte había sido establecido estaba bajo el cacicazgo de Guacanagarix, un típico señor taíno, amable y pacífico.


“Tan pronto el Almirante puso proa a España, para dar cuenta de sus primeros descubrimientos, los españoles de la Navidad comenzaron una era de depredaciones que tenía por objetos principales el oro y las mujeres indígenas. Con su poderosa vitalidad sujeta durante el largo tiempo que medió entre agosto de 1492, cuando iniciaron la aventura del Descubrimiento, hasta enero de 1493, cuando quedaron dueños y señores de esa nueva tierra; y con su enorme codicia estimulada por hechos tan fantásticos como los que le habían ocurrido desde que salieron de Palos hasta que quedaron destacados en la Navidad, nada extraño fue que tales hombres padecieran una explosión de todos sus instintos y que se las arreglaran para disfrutar de placeres. Así, pues, los indios de la Española tuvieron que sufrir el despojo de sus mujeres y de su oro, el saqueo de sus alimentos y el despotismo de aquellos desaforados ex presidiarios y tahúres de la costa sur hispánica. Fiel a la promesa que le hiciera a Colón, y temeroso de las espingardas que había visto causar destrozos y hacer tremendas explosiones desde las naos de Colón, Guacanagarix hizo todo lo posible por que no hubiera ruptura entre los españoles y sus indios.


“Pero Guacanagarix no pudo evitar que la noticia de los atropellos se internara en las montañas y llegara a oídos de Caonabó, señor del Cibao. Este altivo y poderoso cacique oyó las historias que le hacían y envió hombres de su confianza a comprobar las denuncias. Cuando esos hombres volvieron y le confirmaron los rumores, Caonabó puso en pie de guerra a los suyos y marcho hacia el noroeste, en dirección de la Navidad. Hacía mover sus ejércitos solo de noche. Ya en las cercanías del Fuerte organizó un sistema de espionaje en el que él era parte principal; vigilo estrechamente a los extranjeros, que no se apercibieron de la amenaza, y una noche cayo con toda su gente sobre los españoles. Guacanagarix salió a combatir en defensa de los que habían sido puestos bajo su protección y en medio de la lucha se dio con Caonabó. El fiero cacique del Cibao hirió gravemente a Guacanagarix, que hubiera muerto allí a no salvarlo los suyos. Los españoles quedaron dominados por el número y la impetuosidad de los atacantes; los que pudieron escapar fueron concienzudamente buscados en toda la región, encontrados y muertos, entre ellos, aquellos cuyos cadáveres encontró, meses después, el Almirante a varias leguas del lugar en que estuvo la Navidad. El Fuerte fue incendiado y borrada así la última huella del primer destacamento europeo en tierras de América. El vencedor, verdadero padre de los libertadores del hemisferio, retorno a su cacicato. Llevaba la satisfacción de la victoria. Ignoraba que la lucha solo había empezado.


“Cuando Colon volvió a ver a Guacanagarix, al dar término a su segundo viaje, le halló herido. Puestos a sospechar, los españoles creyeron que el propio Guacanagarix había sido el autor de la matanza habida en la Navidad. El doctor Chanca, "físico" y cronista de la expedición, fue a examinarle para ver si la herida que le achacaba al legendario Caonabó era obra de sus propias manos. Al fin el Guamiquina -nombre que le dieron los indígenas a Colón- juzgó que era cierto cuanto decía el cacique taíno y que era de rigor hacer preso a Caonabó. Registrando los restos del Fuerte, Colón halló a algunos españoles enterrados, que lo fueron por disposición de Guacanagarix. El poblado de éste había sido también incendiado durante el combate. No había duda, pues, respecto a la buena fe de Guacanagarix.


“Pasaron en bojeos y descanso los últimos días de 1493, y entró el 1494. El Almirante decidió fundar la primera ciudad española del Nuevo Mundo y lo hizo más hacia el este de donde había estado el Fuerte de la Navidad, en la desembocadura de un río llamado hoy Bajabonico. Allí fue establecida la Isabela, en homenaje de Isabel II, reina de España y factor principal en la empresa descubridora. Desde la Isabela se despacharon varias columnas hacia el interior y carabelas para bojear la costa de la isla.


“Sobre esas columnas que marchaban hacia las montañas se cernía la sombra de Caonabó, el poderoso cacique que con tanta ferocidad había atacado a Diego de Arana y los suyos y de quien se hablaba entre los españoles como de un rey invencible y fiero. Todos esperaban constantemente el ataque del implacable señor indio. Impresionado también, como cualquiera de los suyos, Colón pensaba en Caonabó y cavilaba cómo inutilizarlo. El día 9 de abril de 1494 escribió, en el pliego de instrucciones que entregó a Mosén Pedro Margarit -encargado de conducir una de las columnas que iba al interior- estos párrafos significativos: "Desto de Cahonaboa, mucho querría que con buena diligencia se toviese tal manera que lo pudiésemos haber en nuestro poder". Inmediatamente pasaba a explicar que era necesario crear confianza en el cacique, para, llegado el momento, abusar de esa confianza echándole mano. Ordenaba que se le enviase con diez hombres un regalo "y que él nos envíe del oro, haciéndole memoria como estáis vos ahí y que os vais holgando por esa tierra con mucha gente, y que tenemos infinita gente y que cada día verná mucha más, y que siempre yo le enviaré de las cosas que trairán de Castilla, y tratallo así de palabra fasta que tengáis amistad con el, para podelle mejor haber".


“Estas expresivas instrucciones, que demuestran cómo la mentalidad de los conquistadores ha sido más o menos la misma desde Colón hasta Hitler, terminaban señalando el mejor medio de apresar a Caonabó: "Hacedle dar una camisa -dice el almirante, dando por seguro que el cacique acabaría haciéndose amigo de los españoles y que éstos podrían tratarle- y vestírsela luego, y un capuz, y ceñille un cinto, y ponelle una toca, por donde le podáis tener e no se vos suelte".


“Pero no era fácil "ponelle la camisa y el capuz y la toca" al jefe indígena. Incitados por él, según aseguraban los españoles, los naturales se rebelaban. A principios de 1495 el propio, Colón salió a campaña, al frente de 200 infantes y 20 hombres de a caballo. Iba a apresar a Caonabó. Dominó el alzamiento de Maniocatex y ganó la enconada batalla de la Vega Real, donde, según afirmaron en graves documentos, obtuvieron la victoria gracias a que en el momento más álgido de la pelea la Virgen de las Mercedes hizo acto de presencia sobre una cruz plantada por Colón y a la que los indios se empeñaban en destruir. Actualmente hay en el lugar -el Santo Cerro- un santuario donde se venera a la Virgen de las Mercedes.


“Después de la batalla de la Vega Real y tras haber fundado algunos fuertes para guarnecer la ruta, Colón se retiró a la Isabela sin haber logrado su propósito principal, el apresamiento de Caonabó. La sombra trágica y vengativa de este altivo señor de las montañas dominaba el escenario en los primeros tiempos de la Conquista y cubría de arrugas la frente del Almirante cuando entró de nuevo en la Isabela, vencedor sin haber logrado su fin. Como un fantasma, Caonabó, cuyo espíritu parecía animar todas las rebeliones, seguía siendo un ser terrible y desconocido, casi una imponente leyenda, inencontrable, inaprensible, con su amenazador prestigio creciendo cada vez más.


“Un día era atacado determinado fuerte español; a Caonabó se achacaba la empresa. O algunos soldados hispanos que se aventuraban a alejarse de sus compañeros aparecían muertos y mutilados; Caonabó era el autor de esas muertes. O las imágenes de santos católicos eran destruidas; Caonabó lo había ordenado. Caonabó era ya el dios del mal en la Española, el espíritu implacable, el perseguidor incansable. Colón, más sagaz político de lo que se ha querido ver, sabía que mientras viviera Caonabó su dominio de la isla sería insuficiente, porque los españoles no dejarían de temerle y los indios no se sentirían desamparados en tanto supieran que él podía aparecer un día para acabar con los invasores, como lo hizo la primera vez.


“Estudiando a sus capitanes, el Almirante resolvió poner el apresamiento de Caonabó en manos del osado y terrible Alonso de Ojeda, un hombre que iba a dar que hablar en la conquista de varios países y que a la hora de su muerte iba a pedir ser enterrado de pie en la entrada de la iglesia de San Francisco, erigida en la ciudad de Santo Domingo, porque quería purgar todos sus pecados haciendo que cuantos entraran en la iglesia pisaran sobre su cabeza. Alonso de Ojeda, ambicioso de gloria y de oro, era asaz atrevido como para internarse en las montañas tras el fiero cacique. Lo mismo que a Mosén Pedro Margarit, Colón lo instruyo de lo que, según él, era la mejor manera de hacer preso a Caonabó, y le dio despacho para la arriesgada misión.


“Recién llegado a la Española, Ojeda comprendió que los indígenas tenían un lado flaco: su falta de doblez. Eran hombres tan respetuosos de sus promesas y tan rectos al proceder, que se presentaban como enemigos al que consideraban su enemigo y que no podían admitir que quien se introducía como amigo fuera otra cosa. Este descubrimiento, que lo había hecho ya Colon en su primer viaje, le llevó a la conclusión de que el plan del Almirante para apresar a Caonabó era excelente si se podía poner en práctica. Y él, Alonso de Ojeda, se sentía capaz de hacerlo.


“Como la mayor parte de los conquistadores, Alonso de Ojeda fue lo bastante iletrado para no comprender la importancia histórica de escribir o hacer escribir los lances de aquella época, y ésa es la razón por la cual se ignora de que artes se valió para internarse, sin correr peligro, en los dominios de Caonabó. El caso es que se internó y que acabó haciéndose amigo del cacique. Se había presentado ante éste como hombre de bien, y Caonabó, que no odiaba a los hombres por ser españoles y que sólo procedía a atacar a los que se comportaban como criaturas perversas, no tuvo inconveniente en tratarle e incluso en quedarse a solas con él muchas veces. Alonso de Ojeda era un hombre, y el altivo señor de las montañas no temía a hombre alguno, no importaban su color, sus armas o su vestimenta.


“En paz el país desde que, atendiendo a la demanda de miles de indios que se congregaron en el Fuerte de la Concepción para pedir al Almirante la libertad del cacique Maniocatex, Colón dejó a éste libre, y tranquilo Caonabó porque los invasores respetaron sus dominios, todo indicaba que un capitán de Sus Majestades Católicas y un cacique indio podían ser amigos. Lo fueron. Al cabo de algún tiempo de estarse tratando, una mañana Alonso de Ojeda acompañó a Caonabó al baño, que el cacique realizaba en un río cercano a su vivienda. Cuando el señor indígena se preparaba a entrar en el agua, Ojeda le dijo que llevaba para él un notable regalo, envío especial de la reina doña Isabel II al poderoso cacique; y le mostró el presente, que el indio tomó en sus manos y observó detenidamente.


“-Es para llevar en los pies -dijo Ojeda-. Permitidme que os lo ponga yo mismo.


“Se inclinó el español ante Caonabó y cerro los tobillos del cacique con dos aros de hierro. ¡El regalo era un grillete!


“Cumplida la primera parte de su traición, Alonso de Ojeda llamó a gritos, y entonces vio Caonabó que de la espesura salían varios hombres de a caballo, escondidos allí por Ojeda para dar feliz término a su obra. En un santiamén Caonabó fue atado de manos y puesto al anca de uno de los caballos, sobre el que montó Ojeda; inmediatamente amarraron al cacique a Ojeda y partieron los españoles a todo el paso de sus bestias. Dos días después llegaban a la Isabela.


“La indignación del cacique por la celada de que había sido víctima fue indescriptible. Le encerraron y pasaron por su celda todos los españoles, deseosos de contemplar a aquel cuyo solo nombre les infundía espantado. Entonces pudieron apreciar el temple de Caonabó. Orgulloso y sensible como un rey cautivo, jamás se dignaba volver los ojos a los curiosos ni respondía a preguntas. Ni una queja salía de su boca. A pesar de que recibió órdenes expresas de ponerse en pie cuando el Almirante entrara en su celda, nunca lo hizo ni le miró siquiera; en cambio, se incorporaba si era Alonso de Ojeda el que entraba. Interrogado por que hacía eso, siendo así que a quien debía respeto era a Colón, jefe de Ojeda, respondió:


“-Sólo debo ponerme en pie ante el español que tuvo la audacia de hacer preso a Caonabó. Los demás son unos cobardes.


“Pasaba las horas mirando a través de las rejas de una ventana, contemplando el lejano horizonte con una expresión de gran señor preocupado, sin mostrar jamás una debilidad. Sus guardianes tuvieron siempre la impresión de que aquel prisionero tenía un alma más grande que las suyas. En todo momento exigió el trato que su posición requería y siempre se sintió, en la prisión, un rey absoluto. Al fin, acabó imponiéndose. Un día dijo que deseaba tener servidores indios, y se los dieron.


“Al cabo de largos meses, Caonabó pidió hablar con el Almirante. Explicó a éste que a causa de su prisión, caciques enemigos estaban atacando sus territorios y que lo menos que podían hacer los españoles era defender los hombres y las tierras de un rey que no podía hacerlo por sí mismo a causa de que ellos lo retenían en cautiverio. Con su acostumbrado señorío, mandaba a Colón como si fuera su subordinado. El Almirante respondió que era razonable la petición del cacique, y éste le pidió entonces que fuera él mismo al frente de las tropas españolas que habían de atacar a sus enemigos. Según explico, la presencia de Colon haría más fácil la empresa.


“Prometió el Almirante que así se haría y ordenó investigaciones para saber quién atacaba los dominios de Caonabó. Por esas investigaciones se supo que había de verdad en el fondo de la petición de Caonabó: mediante sus servidores indígenas, el gran guerrero había urdido un plan de vastas proporciones, capaz de dar la medida de lo que era su autor. Según ese plan, Caonabó debía obtener de Colón que éste saliera hacia el interior, al frente de un ejército español suficientemente fuerte para que formaran en el los más numerosos y mejores de los hombres apostados en la Isabela; de esa manera, la plaza quedaría casi desguarnecida, situación ideal para que Maniocatex atacara al frente de millares de indios, y libertara a Caonabó, quien inmediatamente se pondría al frente de la indiada para iniciar una guerra de exterminio sobre los conquistadores.


“Descubierta la conspiración, Colón se mostró indignado. Nada logró sacar de Caonabó. Ordeno entonces que se le iniciara proceso por los hechos de la Navidad. Aunque hasta ahora no ha aparecido copia alguna de ese proceso, se sabe que Caonabó no negó los cargos y que justificó su conducta con las tropelías que cometieron los españoles mandados por Diego de Arana. En todo momento seguía siendo de tan notable altivez, que impresionaba favorablemente a sus enemigos. Temeroso de que su muerte provocara una sublevación de grandes proporciones y, sobre todo, movido a respeto por el temple de aquel ser extraordinario, el Almirante no se atrevió a darle muerte. Un hombre así no podía ser tratado como un salvaje cualquiera. Ello habla bien de Colón, que tan falaz fue siempre.


“Cabe sólo la sospecha de que Colón creyera que podía sacar más provecho de Caonabó vivo que de Caonabó muerto. ¿De qué manera? Pues enviándolo a España a fin de que los Reyes Católicos vieran por sus ojos que clase de enemigos eran los que su Almirante tenía que enfrentar en la Española. Mentiría con ello, puesto que no todos los indios eran iguales a Caonabó y ni siquiera era fácil hallar un corazón tan extraordinario entre los europeos. Pero la mentira le vendría bien.


“Un día el cacique Caonabó, el "Señor de la Casa de Oro", fue sacado de su celda y llevado al embarcadero. A distancia se mecían en las aguas las naos que iban a España. Caonabó fue metido en un bote y conducida a una de esas naos.


“-¿A dónde me lleváis?- pregunto el altivo dueño de las montañas, mostrando por primera vez aprensión, bien justa porque jamás había embarcado.


“-Vais a España, donde seréis presentado a Sus Majestades-le respondieron.


“¿A España? ¿De manera que iban a alejarlo de sus tierras, a él, el señor de tantas y de tantos indefensos indios?


“-Yo no puedo dejar abandonados a los míos -reclamó.


“Pero no le hicieron caso. A la fuerza le metieron en la nao. Habían resuelto que iría a España y tendría que ir. Caonabó, en cambio, había resuelto que no iría a España, y no iría.


“Contemplando ansiosamente las costas de la isla y las lejanas cimas de la Cordillera, el cacique pasó horas y horas mientras las naves emprendían el camino. A la de comer dijo que no quería y todos respetaron su voluntad, pensando que iba demasiado apenado y que ya reclamaría comida cuando sintiera hambre. ¡Desdichados españoles que así pensaban que se doblaría aquel poderoso espíritu a los reclamos del cuerpo!


“Caonabó no comió más. Se negó a hacerlo y ninguna fuerza humana, pudo lograr de él que desistiera de su empeño.


“Cuando las naos llegaron a España hacía semanas que Caonabó, el señor de las montañas, no iba en la suya. Había quedado sepultado en las aguas del océano, donde tuvieron que lanzarlo después de su muerte. Se había suicidado lentamente, de hambre, sin haber mostrado flaqueza ni una sola vez.


“Cuando supo el fin de Caonabó, Colón dispuso que todos los indios de la Española debían pagar un tributo anual, en oro, a los Reyes de España. Mientras él vivió, el Almirante no se hubiera atrevido a imponer esa ley arbitraría. Aun preso, Caonabó bastaba a evitar males a su raza.”

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